Una novela y un libro de prosa poética publicados este año se sumergen en la actualidad de las relaciones amorosas con internet como su traumático ecosistema.

Por Paula Puebla

Cuando los niños de hoy y del futuro le pregunten a sus padres dónde, cómo o bajo qué circunstancias se conocieron, las respuestas ofrecidas incluirán ineludiblemente implicancias tecnológicas. Consolidadas en los últimos veinte años, las redes sociales –sin siquiera acudir a aquellas diseñadas para “conseguir pareja”– reemplazaron el folclore de la conquista y sus viejos escenarios para convertirlos en cruces de datos e información. Internet aterrizó fundamentalmente como la gran democratizadora en la posibilidad de acceso a la información, pero también se arraigó a la cultura como igualadora en lo pertinente a las relaciones interpersonales. Las redes habilitaron herramientas comunes y pusieron tanto al hombre como a la mujer en el mismo punto de partida al momento del cortejo, situación que borró poco a poco los prejuicios analógicos de las relaciones altruistas en las que “el hombre propone y la mujer dispone”. Así internet, desde su costado (a)político, propuso un modelo de relacionarse, si se quiere, anti-patriarcal o anti-jerárquico en virtud de la apertura a un mundo con fronteras difusas. Se deshizo e imperó, sin rastros de cargo ni culpa, sobre el tiempo en el que el contacto humano, las primeras impresiones y el abordaje espontáneo en la topología urbana eran sucesos comunes, cotidianos y aceptados. Estos encuentros, velados por la magia de la casualidad y el filtro de la nostalgia, hoy podrían no sólo pensarse como ciencias ficciones del pasado sino que también podrían ser considerados invasivos. La arquitectura del “levante” era más cruda: carecía del colchón digital de las mediaciones, el stalkeo y las especulaciones; implicaba un valor y un nivel de exposición hoy extinto. Como resultado, aquellos anecdotarios de conquista transmitidos mediante el relato oral por nuestros antepasados, a lo largo de las últimos lustros, se fueron transformando en gélidos archivos de texto. El nuevo paradigma cambió, entre otras cosas, la noción del “amor romántico”, síntoma que la narrativa contemporánea ya no puede ignorar.

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En Las citas (17grises, 2016), Sebastián Hernaiz recoge una de las muestras más significativas de la cotidianeidad amorosa del presente. Agrupados en un solo volumen, y a través de tres intercambios de chat con tres personajes femeninos distintos, el varón protagonista pone en marcha todos los motores de la seducción que tiene a su alcance. Desde conversaciones sobre mascotas, hasta discusiones con giros borgeanos, charlas sobre vinos y una serie de frases moldeadas para suscitar lo más efervescente de la subjetividad, en Sebastián H. puede verse un modelo de masculinidad y un tipo de abordaje masculino adaptados a las variables tecnológicas imperantes. Aunque el propósito de cada chat galante sea siempre concretar un encuentro, Hernaiz elige trabajar sobre el deseo y no sobre la saciedad. Prefiere hacer foco sobre la fantasía, sobre la expectativa que despierta el proyecto del encuentro cara a cara. Las citas no es un libro sobre el amor, sino un libro sobre su posibilidad, y en este sentido, los chats del protagonista con Luciana, Mariela y Belén exponen lo sintomático de una sociedad exhausta que se reclina sobre cimientos de ilusiones, aterrada de su propia carencia de realidad. El autor hace este diagnóstico y tal vez por eso elige ponderar los chats y sus fantasmas a centrarse en la concreción de las citas, que se diluyen en el desarrollo del texto apenas como puntos suspensivos aunque, paradójicamente, son el título del libro.

Citas (1)

Ahora bien, ¿se puede esquivar la lectura política de un texto que se emplaza en un presente atomizado por las tensiones de género? Sería benigno para Las citas ignorar la posición de Sebastián H. que, como una especie de seductor compulsivo, estudia los perfiles, mira las fotos y “chamuya en serie” a tres chicas casi con el mismo pretexto, idéntico entusiasmo y también en simultáneo: “no sé por qué no había reparado en eso. siempre espío más las fotos que la información. Me han acusado de ser ‘abrumadoramente óptico’”. Él es el que inicia la aventura, el que abre el juego, el que invierte de su tiempo para macerar la subjetividad propia pero sobre todo la ajena. Patán y encantador, Sebastián H. coquetea con y en el presente contínuo, se posiciona en el podio del conquistador en una altura distinta a la que están ubicadas sus interlocutoras. Ellas, más o menos creídas del amor letrado que se les ofrece pantalla mediante, participan en los chats de un modo no tan lúdico, desde la expectativa imaginaria y a merced de sus propias construcciones. La narrativa de Hernaiz en Las citas arrastra la nostalgia de una virilidad hoy debilitada y describe una de las formas que ha adquirido el dandy virtual al insertarse en la agobiante fronda de los amores pasatistas engendrados en la tecnología. El mérito de Sebastián Hernaiz está en exponer aquellos matices que más de un lector preferiría ocultar de sí mismo, e incomodar por igual tanto a seductores como a seducidas.

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En un registro de poesía o prosa poética Bit n us (2016, Horda), Luz Pearson caracteriza con eficacia y en simultáneo a dos personajes hombres bien distintos con quien la narradora mantiene, entre sábanas y bits, relaciones antagónicas. Por un lado, presente en tiempo y forma, la autora representa en “el fauno” el tipo de relación de una (ya) vieja usanza, hiper sexualizada y desamorada, que responde de forma muy atinada a cierta faceta de los vínculos analógicos y que confirma en la narradora su propio presente: “El fauno mira con descaro, su mirada dice: vos existís, ahora, acá, para mí”. Por otro lado, la existencia de “él”  –un hombre que, no casualmente, carece de nombre– se confirma sólo en espacios virtuales, a través de webcams y chats. La presencia de este hombre está dada, en una paradoja algo trágica, por su ausencia; existe más en tanto mayor sea la combustión que haya entre “él” y la mujer que acepta sus invitaciones a iniciar videos como un perro salivante de Pavlov. Venusiana, deseante, muy consciente de sí misma, la narradora de Luz Pearson deambula entre estos dos varones a sabiendas del lugar que ocupa en cada rincón del mundo, comprendiendo que las limitaciones no son únicamente tecnológicas sino también carnales, y acepta que la complementariedad de estos universos son, muy a su pesar, una fantasía. Ella se desdobla, en cuerpo y alma, para hacer con uno lo que quisiera concretar con el otro, en un juego ambiguo (y perverso) desplegado desde la maquinaria de su deseo, femenino, valiente, audaz. Mientras “el fauno” se consagra en cada penetración, “él” lo hace a través de la falta misma: la existencia de ambos está dada, justamente, gracias a la del otro.

BITNUS luz pearson

Presente y ausente, corpóreo y fantasmal, analógico y digital, sexual y sentimental, Pearson maneja el mundo interior de su narradora con sutileza y prolijidad, con la confusión propia en la que se sumergen aquellas inmigrantes digitales que, desde el pantano de bits, todavía añoran los vínculos reales. La mujer propuesta en Bit n us es en todo sentido –y en oposición a las presentadas por Hernaiz en Las citas– protagónica. Dueña y ama de sus elecciones, con dolor e incluso con resignación, es ella quien digita el código que regirá sus días: “Sostengo dos estrategias para el amor: amar de más o huir. Despliego ambas contra mí”. Bit n us puede leerse como un libro de poemas que destaca las contradicciones de un tipo de universo femenino frente a la transición entre los paradigmas del siglo veinte y del siglo veintiuno. Es un texto que describe el terreno imaginario que existe entre los bits y las pulsaciones: la neurosis de toda una generación.

A pesar y gracias a las diferencias, tanto Las citas como Bit n us proponen la lectura a campo traviesa del estado de situación de las relaciones (pseudo) sentimentales, (pseudo) amorosas, (pseudo) sexuales. Por un lado, dejan en claro la mutación que ha afectado los códigos de la conquista, tanto en términos tecnológicos como políticos. Por otro, queda planteado el cuadro de situación, ciertamente confuso y angustiante, de la convergencia de lo real con la realidad virtual. Hernaiz y Pearson le sacan jugo a las virtudes tecnológicas pero, sobre todo, se cargan al hombro los defectos de dos universos ya indivisibles y logran que el lector, con orgullo o con vergüenza, sienta que está frente a un fragmento de su propia biografía.//z